lunes, 22 de noviembre de 2010

¿Quién dijo que los milagros no existían?

¿Quién dijo que los milagros no existían?


Ricardo Araya Maldonado
El Hincha más Hincha del CDA






Fue un triunfo angustioso, difícil, pidiendo aguita y casi milagroso, el 2-1 ante Concepción, porque Antofagasta demostró las mismas falencias de siempre, “parejito” en todas sus líneas: haciendo agua en la defensa; un mediocampo convertido en un pasadizo y una delantera feble e improductiva. Es decir, nada nuevo bajo el sol, con la salvedad que asistieron tan sólo cinco mil espectadores, ya que los “yetas”, prefirieron irse para playa, debido al intenso calor de la tarde veraniega.


Por eso, a nadie extrañó la apertura de la cuenta de la visita, que jugaba mejor y después de cinco sucesivos tiros de esquina y otras tantas salvadas milagrosas del meta Carrizo, cuando los huasitos sureños entraban “como Pedro por su casa” y cabeceaban limpiecito.


La historia se repetía, mientras los aficionados se preguntaban por dónde podría venir el empate, si este equipo carecía de gol y más que eso, eternamente mezquino en prodigarse ocasiones para vulnerar la valla visitante, ante la carencia de delanteros de real valía.



 Afortunadamente, la paridad llegó casi al terminar la primera fracción, producto de las típicas refriegas dentro del área, cuando el primer tiro de esquina albiceleste iba por los aires. Esta vez, el árbitro cobró el “cogoteo” a Oyarzún y Richard Olivares, decretó la paridad con un tiro potente, al lado opuesto del arquero De Agostini, rompiendo la larguísima mala racha, pero también dejando una sensación de incertidumbre, pensando en cómo revertir esta prolongada “cuesta abajo en la rodada”, debido a la precariedad de su plantel exento de figuras y además, con la falta de vivacidad y no saber manejar situaciones, más allá de jugar bien o mal al fútbol, pero que también sirve para conseguir resultados.



Al reanudarse las acciones el CDA siguió en lo suyo, con pocas ocasiones de gol y un mediocampo sin quite, desubicado y errático. El partido estaba para cualquiera, hasta que un contragolpe local pilló desubicada a la defensa lila y por la derecha, con velocidad y mucho espacio, Osman Huerta, metió un centro retrasado que “cacheteó”, Castillo, desatando la explosión del Estadio, al reencontrarse con una victoria parcial tan anhelada, después de largas cinco fechas de local; además por la hermosura de la conquista, en una jugada llena de fútbol. Fue un atronador desahogo, al romper quizás que maleficio perseguía al equipo puma.


Los antofagastinos pudieron estirar las cifras, no sólo porque el equipo sureño estaba regalado en ataque, sino que también porque había quedado con 10 jugadores, al ganarse doble tarjeta amarilla el jugador Manuel Ormazábal.


Así y todo, el empate rondaba el área de Carrizo, que se constituyó en escollo insalvable para las pretensiones de los hombres de la octava región, incluyendo una buena dosis de fortuna.



 Por suerte, quizás quién o qué, iluminó la mente del confundido entrenador Hernán Ibarra, para hacer ingresar a otro defensor –Bascuñán- en reemplazo del chiquilín Escudero, que le falta un millón de kilómetros por recorrer para convertirse en figura. Lento, -lentísimo-, casi rudimentario por su físico pesado y lo peor ignorando conocimientos básicos de un defensor, como por ejemplo, que no puede regresar a su área, corriendo de frente a su arco, sin ver lo que hace el delantero rival.



Entretanto, la cancha seguía cargada para la valla de Carrizo, con la cooperación de los árbitros santiaguinos, sumamente dadivosos en cobrar tiros libres, sin importar la distancia, porque todos iban al área chica al borbollón de hombres, jugada que por su naturaleza, constituye real peligro de gol, donde emergió la figura de Portillo, que es donde realmente luce, cuando se trata de sacar balones desesperados, en centros “a la olla”; como buen paraguayo, estaba en su salsa.


En el contragolpe, los locales seguían sin poder liquidar el partido, por esa falla endémica de falta de finiquito y la inocencia consumada de sus players; latamente comentado, ya que jamás aflora el “instinto asesino”, cuando el rival yace a la deriva. El chiquilín Huerta, se ganó la expulsión tontamente. Cometió una infracción y en un entrevero con el defensor, éste le lanzó una patadita. Allí debió magnificar la acción y lanzarse al piso denunciando la agresión; en vez de eso, quiso el desquite y tiró la pelota un metro más allá. La candidez en todo su esplendor de este “chiquilín sin historia”, que no logra convencer a los que saben de fútbol.




Y cuando Antofagasta estaba “con el agua al cuello”, nadie se quedaba en el piso, nadie lanzaba el balón a las tribunas; nadie le ordenaba a los pasadores de pelotas que se fueran para la casa; nadie enfriaba el partido y menos el flaquito Ibarra, que aún le quedaba un cambio por realizar y valiosos segundos por ganar.



Tres puntos de oro, pero también de milagro, porque entre tantos centros y la correspondiente “tole-tole”, bien podría haber caído el empate penquista, pero allí surgió la importante faena del portero Carrizo, el mejor jugador del campo de juego.


Con los resultados de la fecha, Iquique es campeón (lo malo es que se dedicará a “echar el pelo”, en los dos últimos encuentros y más que seguro que los perderá). Antofagasta quedó segundo y depende de si mismo para lograr el otro cupo de ascenso directo.


Nada se puede vaticinar con este cuadro puma tan irregular y tan limitado en todos los sectores; pero como la tabla de posiciones está muy estrecha, serán verdaderas finales. Entonces, puede pasar cualquier cosa, tanto dentro como fuera de la cancha, incluyendo “al hombre del maletín”.


Mayor temor, si por los pasillos del fútbol siempre ronda un “matador”, que fue grande, que tiene aún influencias y que a muchos dirigentes santiaguinos, les agradaría profundamente que subiera al fútbol de honor.


Y contra eso, es imposible luchar.

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